Aquí no hablaré de Medellín propiamente, ni mucho menos de la tal Cité Lumiere, París-Francia, ni de la mona Paris Hilton, ni de la otra mona Natalia París, ni de el guerrillero Andrés París, ni de Paris, Bello -un barrio muy caliente-. Aquí hablo es de París, de la Charcutería París que quedaba en San Diego y de la que hoy no queda ni el nombre.
No sé si la recuerdan -díganme que sí-, quedaba donde justo hoy queda un almacén de ropa que se llama "Aquiles" o un "Leonisa", no logro precisarlo, diagonal al Foto Japón que queda en toda una esquina y que tenía una pecera y una jaula con canarios. Ahí quedaba la Charcutería París que, junto a la Charcutería Provocación [todavía está en la 70] eran dos de los lugares más deliciosos o "delikatessen" que había en Medellín para comer. Bueno, para mi, según yo.
La Charcutería París famosa por sus cervezas importadas, sus golosinas gringas, sus Garbage Pail Kids [originales], sus cábanos, salamis, y sus insuperables sánduches "sietecarnes" ya no existe. Dejó de existir hace varios años, pero ese no es el punto. Todo se acaba, estoy de acuerdo, todo deja de existir. Ya no está la Charcutería París con sus delicias de ultramar, ni sus jamones de cordero y embutidos de faisán, ya tampoco San Diego es ese mundo de triciclos donde muchos nos divertimos en los ya lejanos ochentas cuando los papás iban a comprar cosas y en los noventas por cuenta propia comprábamos la musiquita de Epitaph Records que llegaba por pedido a Disctronics. Ya no, se acabó. Pero insisto, ese no es el punto ni la materia principal de esta ocurrencia bloguera.
El caso es que tengo un hermanito que gusta demasiado de comer en la calle. Es de esos que conoce y recomienda. Oyéndole una sugerencia me dijo el jueves pasado: "ve, volvieron a abrir La París, ¿será que vamos?. El corazón casi se me sale del pecho. Aunque debo admitir que si sospeché del gato encerrado, pues mi hermanito aclaró que además de San Diego, La París también estaba en ese centro comercial que se llama Mallorca. En fin, aguanté hambre y no almorcé porque me iba a mandar un "sietecarnes" acompañado de una cervezita y no pensaba escatimar en precios. Llegamos a San Diego, yo no había ido hacía un par de años, y lo primero que pensé era que a la Charcutería París la habían reabierto en el mismo lugar, pero no, ni rastro. Me aclaró mi hermanito que era que quedaba en la sección de comidas, en el segundo piso, y subimos. Claro, un segundo piso que yo no conocía, lleno de todas esas comidas que si bien saben rico les falta como algo, no sé si será que la carne asada no sabe lo mismo en parrilla a gas que al carbón, o si es que soy muy quisquilloso para el tal sushi "apaisado" o es que de verdad me duele meterle $ 20.000 a un combo de El Corral, no sé.
El caso es que en ese segundo piso estaba La París, no la Charcutería París, no, simplemente La París, cuyo logotipo es como una torre Eiffel simplificada que reemplaza la letra "A". Un local pequeño sin cábanos, ni longanizas, ni salamis colgando, ni cervezitas de tierras lejanas en sus enfriadores. Una supuesta "charcutería" sin esa maquina plateada para cortar los embutidos en tajadas de cualquier grosor según el gusto del comensal, dizque con esos avisos luminosos que muestran los productos al lado de una coca-cola y para acabar de ajustar, atendido por dos bobos que con esa cara, ¿pa' qué güevas?
Todo era muy sospechoso. Pero yo iba decidido por el "sietecarnes". Pero que no, "que no lo manejamos". ¿Perdón?
Ni "sietecarnes", ni "seiscarnes", ni "cincocarnes", ni "cuatrocarnes". Un simple sánduche con jamón de cerdo, jamón de pavo y roastbeef . ¿Cuando por Dios en la Charcutería París se atrevían -porque es todo un atrevimiento- a ponerle lechuga y tomate a un sánduche? ¿Cuando, ah?. Incluso dizque sánduche metido como a una de esas waffleras grandes para calentarlo y derretirle el queso. ¿Cuando, por Dios, cuando?. Yo sé que parezco un viejo renegón y chiflado -bueno, si lo soy-, o que eso es una preocupación de pequeño-burgués, clasemediero, que en vez de chillar por el "sietecarnes" que no me comí, debería estar preocupado por Haití y sus terremotos o por la situación con Venezuela, o no sé, por otra cosa. Pero no, la chimba. $13.700 me costó ese sánduche con gaseosa, que no estuvo maluco, la verdad, pero qué es eso tan descachado y tan peye. ¿La París? , ¿Qué qué?. Yo no dudé en reprochárselo a mi hermanito, y pensándolo bien, el no tuvo la culpa porque cuando la Charcutería París dejó de existir el estaba muy pequeño, ergo, no se acuerda que allá los sánduches eran fríos, partidos a la mitad por una esquina y envueltos en papel parafinado, y que había uno que era el "sietecarnes" que además traía tres tajadas de quesos diferentes, que vendían una cerveza oscurísima que se llamaba Pigs's Eye, original de Minessota [yo coleccioné latas], y que vendían la barra grande de Bubblicious de sandía. No, él no recuerda eso, por eso no lo culpo.
La París, ese "comedero" nuevo que hay allá en ese segundo piso, que abusó del nombre de la charcutería de mis amores que existía en esa Medellín finisecular, en ese San Diego donde el parqueadero era gratis, eso no es la Charcutería París, eso es un insulto, eso es gato por liebre, eso es jugar descaradamente con la esperanza. Solo se me viene a la cabeza una frasesita de San Fernando Vallejo en Los días azules que la acoplo a lo que siento hoy por añorar esos sabores charcuteros que nunca jamás volveré a probar en esta perra vida: "a la Charcutería París se la llevó el ensanche, que se lleve el ensanche mi recuerdo..."