jueves, 12 de julio de 2012

[A modo de reseña] Un libro que me gustó mucho


Si no estoy mal fue en Medellín, de manos de un escritor o de un crítico literario, donde se acuñó aquel término de Sicaresca (parodiando el de "picaresca" del Siglo de Oro español) para referirse a la literatura, generalmente escrita en Medellín (aunque conozco un caso de Pereira), donde los sicarios, bandidos, pillos, valijas, ñarrias y demás gonorreas de baja estofa son los protagonistas de las ficciones. El ex-acalde de Medellín, Salazar, conocedor profundo de estos personajes y sus mundos fronterizos es, a mi juicio, quien mejor se ha acercado a ellos desde la crónica periodística. San Fernando también lo hizo, desde una perspectiva non sancta, pero no menos valiosa. Aunque ese acercamiento, La virgen de los sicarios, me parece el menos bueno de sus obras de ficción. Otros autores, de quienes no he leído nada, también se han arrimado al asunto, aunque parece que sus obras no han alcanzado ningún escalón en el podio de la novela "sicaril" colombiana.

Sin embargo, este libro que me leí, Para matar a un amigo, no es un libro que uno pueda meter en el costal de la sicaresca. Es una historia, una ficción verosímil, basada en hechos probados y concretos, que ocurre en la Medellín de los años 80 y 90 del siglo XX. Es una novela rara, no solo porque la escribieron dos personas, dos autores (es decir, "a cuatro manos"), quienes además tuvieron la gallardía de dar la cara en una de las solapas y no auto-bautizarse con un seudónimo bien disparatado, de esos que siguen estando de moda. Hubiera sido algo muy impersonal, la verdad.

No pienso contar aquí la historia que el libro contiene, porque es una historia que se tiene que leer y disfrutar, porque está llena de detalles imperdibles. Pero no es como esas novelas detectivescas que están inundadas de códigos raros, y hasta de ecuaciones que, si el lector no las resuelve, se le recomienda no seguir al capítulo siguiente. No. Para matar a un amigo es una novela con rítmo, que no se desgasta con giros raros ni metáforas pretenciosas. Está escrita claramente, y es esa claridad la que le permite a uno crearse las imágenes, las atmósferas, las circunstancias. Y para mí, nada mejor, porque me desvelan las historias sórdidas, un poco bizarras, pero elegantes. Historias de matones en ciudades como Detroit, México D.F., La Habana o Medellín, han sido los casos que más me han gustado. Me gusta es que en esas historias se narre la fragilidad de la vida del hombre, la constatación de que la razón, la tan cacareada razón occidental y afrancesada, siga pendiendo de un hilo de araña, de una mechita frágil.

Esa es la historia que yo leí en Para matar a un amigo. Una historia que además ocurre en la ciudad donde uno nació. Pero ahí está la diferencia con las novelas que tejieron la sicaresca novelística. Esta novela habla del mal, la maldad, el miedo, o el coraje. No es la historia de un pillo de por allá de Granizal, Carpinelo o El Pesebre, que quiere "salir adelante" y darle una nevera a la cucha, y para ello prueba finura atracando y matando gente desde una Kalibmatic, no. Es la historia de un loco al que le dicen El Milicio, miembro de una familia prestantísima, y que además está invadido por el mal. Por eso se dedica a matar ("pelar", dirían por mi casa), a más de uno; entre ellos a un man que es amigo suyo, un muy buen amigo. Pero El Milicio, a quien le gusta la musica de Pearl Jam, mata gente porque está inconforme con muchas cosas; está harto de muchas situaciones que lo rodean, y yo hasta lo entiendo. El que no lo entendió fue el otro protagonista de la historia, Ricardo Saba, un agente del CTI (Cuerpo Técnico de Investigación) que es el que tiene que buscar por cielo y tierra al loco para hacerlo encanar por todos los muertos que ya carga encima.

Yo valoro la literatura, e incluso la Historia, por dos cosas. 1. Por la calidad del lenguaje: el rítmo, la forma de contar, lo poético; y 2. Por la calidad de la historia. Porque si la historia está bien contada, produce imágenes en el lector. Por eso las imágenes son tan importantes en estas novelas. Mientras yo estaba leyendo Para matar a un amigo me imaginé tan nítidamente un episodio, que quedé sorprendido con la calidad del lenguaje y de la historia: El Milicio finge un daño en un carro que va manejando y le dice al copiloto que lo acompaña: "bájese, a ver qué le está pasando al carro" y el man se baja, se pone en cuclillas para revisar el carro y, mientras le da la espalda al loco, !!!tenga, hijueputa¡¡¡. Le voló la cabeza de varios tiros. Pero bueno, eso lo estoy contando yo, pero Simón Ospina y Juan José Gaviria, que son los autores de esta novela, lo cuentan mejor, de forma más emocionante y menos burda.

Otro de los pasajes que más me gustó, fue uno en el cual se cuenta como el detective Ricardo Saba está desesperado, buscando al Milicio por unos matorrales, pero no puede encontrarlo, y entonces:

...estaba perdido en el monte con un asesino infalible. Saba no podía más. Estaba jadeante y el sudor le había empapado toda la ropa. Se sentía sucio y pegajoso. Entonces se detuvo para sentarse sobre una piedra. Abrió las piernas y apoyó sus brazos en las rodillas mientras tomaba aire. Se concentró en una hormiga que caminaba cargando un pedazo de hoja. El resto de sus compañeras marchaban chocándose unas con otras en una hilera un poco más abajo. La tierra estaba seca y sus zapatos estaban empolvados. En ese momento sintió un clic sobre su cabeza. Saba cerró los ojos y esperó el disparo. Sabía bien que el Milicio no pensaba dos veces...(p.282)

Esto es un pequeño extracto, no más, pero la forma como está escrito desde el principio es lo que yo entiendo por Literatura.

Hay otra cosa (y ya con esto acabo), y es que en lo personal, me gustan mucho las novelas, cuentos, y ensayos que han escrito personas que pertenecen a mi generación, es decir, de la gente que nació entre 1975 y 1985, como es el caso de estos dos autores. Yo no sé qué será, pero he dado con novelas muy bacanas. Recomiendo cinco de ellas: Sálvame Joe Louis (Bogotá: Alfaguara, 2007), de Andrés Felipe Solano; La Biblia vaquera (México: Conaculta, 2010), de Carlos Velázquez; Hablas demasiado (Quito: Punto de Lectura, 2011), de Juan Fernando Andrade, Memorias de una dama (Madrid: Alfaguara, 2009), de Santiago Roncagliolo y ¡Calcio! (Bogotá: Seix-Barral, 2011), de Juan Esteban Constaín. Esas cinco novelas me parecieron buenísimas, brutales, calidosísimas, y creo que me gustan tanto por ese pequeño detalle de "los códigos", lo que los críticos literarios que veneran a Raymond Williams llaman "estructuras de sentimiento", o lo que los antropólogos llaman "horizontes cognitivos", o lo que el benemérito y nunca bien ponderado, pero gran historiador uruguayo José Pedro Barrán, llama "sensibilidades". En fin. Eso es muy difícil de explicar. Porque es como si uno condenara al resto de escritores, desde Juan de Timoneda hasta John Updike, porque no son contemporáneos de uno.

¿Si ven? Yo me desvío mucho cuando escribo (y con esto ahora si acabo). Me gustó mucho Para matar a un amigo poque es una historia que ocurre en Medellín, en un período que todos los de mi generación vivimos siendo niños o adolescentes, y que por eso estuvimos enterados de muchos de los dramas que se experimentaban en los cuatro puntos cardinales de la ciudad; fueran lugares marginados, como los que se suelen contemplar en la sicaresca clásica, o lugares de "alto estrato", como El Poblado, donde se desarrolla la novela de Simón Ospina y Juan José Gaviria. Recordé mucho a un amigo, "Úsuga", que se teñía el pelo de mono. Usuga era muy plaga y le fascinaba robar en Súperley y quitarle las antenas Pioneer a los carros ajenos que veía parqueados en El Poblado para vendérselas a un comerciante menor de El Diamante. Era una rata, pues. Un día me contó que no pensaba volver al Poblado, porque la OPL (Organización Poblado Libre) ya había desplegado sus tentáculos desde el Norte de Envigado hasta San Diego, y manes como él eran el objetivo a cazar. Pocos supieron de la existencia de la OPL, que justo operó por los mismos años en que El Milicio descargó sus proveedores contra varios samaritanos por allá mismo.

Yo creo que si en ese entonces El Milicio se hubiera topado a mi amigo Úsuga, no hubiera dudado en pelarlo.

Les recomiendo que lean Para matar a un amigo (Bogotá: Nefelibata, 2012). Se consigue en la Librería Nacional, y si no lo consiguen yo se los presto, pero me lo cuidan.

martes, 29 de mayo de 2012

Historias de mi unidad

Cuando empecé este blog, hace unos años, escribí una entrada sobre un man de mi unidad. Pero era un simple acercamiento, casi insignificante, a la gente de mi unidad. Mi unidad se llama Unidad Residencial Altamira --le dicen La U.R.A.-- y queda en Robledo, "al lado del Pablo Tobón" o "al frente de la Cardiovascular", dice la gente. Porque ya les da pena decir que queda al lado del Tecnológico de Antioquia, que antes era el Columbus School (y eso si les gustaba), y también les da pena decir que queda al frente --en su lado norte-- de López de Mesa. Pero esto no es importante, creo que muchos han pasado por aquí, y saben donde queda. Lo importante, para mí, es la gente que vive aquí. No la población flotante que viene y vive y se va sin pagar administración, que a lo sumo viven como 3 o 4 meses, aunque a veces dejan historias bacanas y memorables. Esa gente no cuenta para mi. La gente de la que yo hablo son los altamireños promedio, así como yo, que nacimos y crecimos aquí, y nos tocó oír historias bien destornilladas de bandidos noventeros, peluqueras que hacían brujería, celadores que violaban manes, celebridades del fútbol que tenían hijos con muchachas de acá, niños menores de 10 años que fumaban Pielroja sin filtro y discjockeys pioneros de la ciudad. Hay muchísimas historias más, en serio. Y espero poderlas contar pronto.

Pero la gente de aquí es bien particular porque, generalmente, nunca sale de aquí. Aquí nacen, aquí crecen, aquí se casan (con gente de aquí mismo), y aquí es donde suelen dar la cuotica inicial para la vivienda. Conozco varios casos que ilustran lo que digo. Yo espero poderme ir de aquí pa' Bello, que es una gran ciudad, llena de farriaderos 24-7 y transporte toda la noche. No como aquí, en Medellín, que lo echan a uno de los parches a media noche.

Pero yo siempre me desvío de lo que quiero decir. Y es que aquí en Altamira han pasado muchísimas historias relativas a la gente que vive aquí o que trabaja aquí. Por ejemplo, lo que les conté del celador que violaba manes, eso como que sí fue verdad. Resulta que un man que era muy malo jugando fútbol un día chutó un balón todo duro y, literalmente, la sacó de la cancha. El man fue por el balón por allá todo lejos y vio que un celador lo había cogido. Y le dijo: --Cela, ¿me pasa el balón si me hace el favor? Y el celador le respondió: --¡Venga por él! Y el man fue y el celador lo metió a la caseta y le dio violín allá adentro. Eso dicen, pero también dicen que al man le quedó gustando el celador. Y de ahí en adelante al man le empezaron a decir "El Culiao". Y un man de por acá, a quien le dicen "El Tajada", me dijo que un día los vio a ellos dos cogidos de la mano en un tablado. Pero nadie confirmó ese chisme. Yo sé que es una gonorrea de apodo ese de "El Culiao", pero a mi me da mucha risa esa historia porque el man que la cuenta es otro parcero que es más chismoso que un hijueputa y se sabe meros cuentos más raros, ocurridos aquí.

A mi sí me tocó ver una vez que a ese man, el que me cuenta las historias, el papá lo vivía regañando porque se entraba muy tarde y, además, se le comía la comida si no llegaba a comer a las 19:00 en punto. La familia de él es cristiana y quieren que él se vuelva pastor de una iglesia que queda por Los Colores, pero él no ha podido ascender en la jerarquía eclesiástica porque es muy mundano. Un día me contó que iba caminando por el Parque de San Antonio y dizque "me encontré un cassette de esos para cámara de video", y que lo puso, y que empezaron a aparecer puras viejas en uniforme de colegio mostrando cosas. Y yo ahí mismo le dije que me lo prestara, y me lo prestó. Y en mi casa había un convertidor de esos cassettes a VHS y yo lo puse para verlo y, en efecto, unas peladas ahí --muy regulares, por cierto-- levantándose la camisa y desabrochándose "los brasieles". Pero lo que me causaba curiosidad era que todas pronunciaban el nombre de mi amigo, decían: "Beto, vea pues"; "Ay, no Beto, no vaya a prender la luz"; "¿Beto si está firmando? [sic]" Y ese man insistiendo que se había encontrado ese cassette, que risa.

Una vez ese Beto me llamó todo azarado porque en un poste al frente de la casa de él --y de la mía-- había mero panal de abejas, y me dijo que bajaramos a verlas. Y fuimos. Conste que yo ya estaba en la universidad, como en el III semestre. Y ese güevón va cogiendo un palo y lo mete por el hueco por donde salían las abejas. Y nos fuimos. Cuando al rato, parce, mero hijueputa enjambre grandísimo. Se veía, haga usté de cuenta, como una nube negra, pero además se oía a lo lejos: "pzzzzzzzzzuuuuuuummmmmm". Era porque esas abejas estaban súper emputadas porque este maricón les había tapado la entrada del panal. Y claro, en ese momento iban saliendo unas niñas del Santa Bertilla (a.k.a. Santa Morcilla), un colegio que queda ahí al frente de mi unidad. Y vieron ese enjambre y todas empezaron a correr y a gritar y esas putas abejas empezaron a perseguir a las niñas, y yo más preocupado, y ese Beto se puso súper pálido. Yo me tuve que ir corriendo para mi casa a ponerme una careta de esas para bucear y un saco con capucha para poderme acercar y quitar ese palo, pero mientras tanto la gente era corriendo toda asustada y a un man que lavaba carros en la unidad, El Sopas, le da por quitarse la camisa dizque pa espantarlas. Y claro, esas abejas lo picaron un montón. Cuando de repende sale el papá de Beto y le pregunta a El Sopas: "Oiga, ¿quién metió ese palo ahí?" Y El Sopas ahí mismo sapió a  Beto. Y ese señor se puso como un energúmeno y empezó a buscar a Beto que se había escabullido, hasta que lo encontró metido en la tienda, todo asustado, y me acuerdo que lo sacó cogiéndolo de la camisa con una sola mano, y lo zarandeaba, y le decía: "Bestia, Bestia. Eso no se hace, animal, burro malparido". Y yo ahí mismo me fui porque me dio miedo que ese señor me cascara a mí también.

Ese man que les digo, El Sopas, se murió hace poco. Más bien, lo mataron hace poco. Y dicen que fue porque "lo vieron mal parqueado". Quién sabe. Pero ese man había protagonizado un episodio muy sonado entre la gente de aquí porque un día lo vieron que se metió con un muchacho al primer piso de un bloque que estaba oscuro y que se empezaron a manosiar y que se quitaron la ropa y que una señora los vio, y que armó mero escándalo porque empezó a gritar dizque: "Auxilio, auxilio al Sopas lo estan violando" Y allá llegaron un montón de vecinos dizque a linchar al man que supustamente estaba abusando de El Sopas, pero ¡cuál! Esos manes estaban era derrochando pasión ahí en la penumbra. Qué pesar del mancito que era el novio o mozo de El Sopas, porque la gente lo empezó a estigmatizar como si él hubiera cometido un crimen. Y el mancito se fue de la unidad y al poco tiempo el cadaver de El Sopas apareció por allá en una manga del 12 de Octubre, con varios tiros a quemarropa. Dicen que fue un ajuste de cuentas pasionales. A mi me da pesar de El Sopas porque ese man era todo camellador y colaboraba mucho en la casa de él.

Dicen que al Sopas también lo pudieron haber matado por chismoso. De hecho, le decían El Sopas, por  sopero, porque vivía preguntando cosas para armar chismes. Un parcero un día me contó que lo vio pegado de una ventana de un primer piso oyendo lo que la gente hablaba y que le tiró una cocada de agua y así lo ahuyentó. Pero la virtud de El Sopas en cuestión de chismes era muchísima porque se sabía unas cosas más brutales. Una vez llegaron a vivir aquí unos chocoanos, una pareja con dos niños. Uno de los niños, el más grandecito, se llamaba Estiven, pero le decían "Chocolatina", por negrito, obvio. Y ese Chocolatina vivía en la calle. Yo no me acuerdo si estudiaba o no, pero vivía en la calle. Y tarde en la noche y todo, y Chocolatina callejiando pa' arriba y pa' abajo. Y la gente cogió el vicio de decirle: "Chocolatina, pa' la casa pues, pa' la casa", y el respondía: "¿Chocolatina pa' la casa? ¡Vealon aquí!", pero esta respuesta la complementaba cogiéndose el pipí con una sola mano, gesto que era muy obsceno en los noventas. Un día estabamos varios amigos y no hacíamos sino preguntarle cosas a Chocolatina, y un amigo le preguntó que qué hacían los papás. Que la mamá, nada, y que el papá, cuidaba gente. Pero en ese entonces uno tan ingenuo se imaginaba que el señor era celador o enfermero. Y El Sopas, como era de chismoso, dizque un día vio que en efecto el papá de Chocolatina cuidaba a alguien, pero que no se trataba de un enfermo ni de un anciano sino de un secuestrado. Y preciso, por ahí al mes cayó el Gaula a mi unidad y la gente toda conmocionada mientras veían que sacaban a un señor canoso y todo flaco (el secuestrado) y al papá de Chocolatina esposado. Y en las noticias salió que el papá de Chocolatina era dizque guerrillero. Quién sabe.

Bueno, yo tengo muchas más historias, muchísimas más, de esta unidad, pero las voy a ir contando de cuando en cuando. Y que pena que casi todas las historias están impregnadas de episodios alusivos a obscenidades pero es que así son.