Discretamente hecho, este comentario es de la autoría de Pablo Cuartas. Un muchacho que estudió Ciencia Política en la Universidad Nacional (sede de Medellín) y ahora estudia y radica en la cuenca del Sena. Lo pongo aquí como una entrada de mi blog (que es vuestro blog) pero a su nombre. Es una opinión muy interesante que toca el tema y los comentarios de la entrada anterior acerca de los colegios y sus calidades.
ACERCA DE LOS COLEGIOS
POR: Pablo Cuartas.
El tema de los buenos y los malos colegios es menos banal de lo que parece. Lo que se ha dicho está en clave de humor, claro está, y no intento decir nada “serio” sobre el tema. Es más: no intento decir nada nuevo con respecto a lo que ya se ha dicho.
Dos palabras me vinieron al pensamiento cuando pude parar de reírme a causa de las anécdotas relatadas por Sebas. Son dos palabras que usó un sociólogo francés muy importante que se llama Pierre Bourdieu. Son las palabras “herencia“ y “reproducción”. Con ellas, el antiguo profesor del Collège de France quería señalar cómo el sistema educativo perpetúa las diferencias sociales. Los “herederos“ -de los que Bush es buen ejemplo, aunque no el único- forman parte de una especie de inercia social que las instituciones educativas avalan socialmente. De Bush, por ejemplo, se sabe que era un borrachín, un gángster, un incapaz. Pero recuerdo que mi profesor de francés en Bogotá, Jaime González, me mostró una vez un recorte de Semana donde los compañeritos de clase de Andrés Pastrana en el San Carlos contaban las “triquiñuelas” que hacían las delicias de estos hijos de la élite tropical. No las cuento aquí, pero recuerdo que le dije a Jaime: “Es para hacer maletas e irse del país”.
Como yo estaba precisamente a punto de irme del país, como venía a vivir al país de Bourdieu y de otros como Foucault (sí, Sebas, me gusta Foucault), entonces recibía clases intensivas de francés con Jaime. Un día llegó un estudiante del Colegio Helvetio, o Helvetia, o Helvecia, no sé, que es como el Liceo Suizo de Bogotá. Es como el San Carlos de ahora, el Nueva Granada de hace una década o el Gimnasio Moderno de siempre: un colegio de élite, de los que no tenemos en Medellín. En Medellín hay colegios de ricos, porque en medellín no hay élites, hay ricos. Son dos cosas distintas. El hecho es que este estudiante del colegio suizo llegó para hacer revisar de Jaime su “tesina” de grado como bachiller. Yo estaba presente y comprobé horrorizado que, palabras más palabras menos, el sujeto hablaba tres idiomas sin hablar ninguno. Qué ortografía, qué fonética, qué gramática. Era un franespanglish desastroso pero, me imagino, muy impresionante en un país capaz de elegir a Pastrana como presidente. De esa tarde me acordé hace poco al leer, en El Espectador, la columna de una señora bien de Bogotá. Creo que se llamaba Cristina Lleras, o algo así. Estaba muy escandalizada porque vio cómo en el Pomona que queda justo en frente del Gimnasio Moderno, los estudiantes que van a “heredar” este país comían como cerdos. Según la señora Lleras, los gimnasianos dejaron el lugar rebosante de basura. Claro, esta “señora bien” exagera, pero sólo un poco.
De ahí a afirmar que las ratas son insectos invertebrados no hay más que un paso. El estudiante del colegio suizo hubiera podido decir eso o algo peor, pero en su medio sofisticado sólo sería una “boutade”. En cambio, como los que lo dicen son esos estudiantes del MFS (Mariguana Fresca y Suave, se decía en mi infancia que traducían esas siglas), con esas sudaderas rojas y esos peinados pintorescos o temerarios, entonces ahí el mundo social sí no perdona. Las travesuras con rifles de Bush en Texas, las bromas pesadas del jóven Pastrana a los miembros de la guardia presidencial, y tantas otras infidencias sin contar de nuestra élite, pasan desapercibidas porque suceden en el colegio San Carlos, o en Yale, pero no en bus de Laureles que atraviesa toda la 70 en Medellín. Gracias a la reproducción inercial que estas instituciones avalan, ellos pueden hacer lo que quieran, o no hacer nada, e igual seguirán heredando.
Bien vistas las cosas, la diferencia es menor entre la tontería de unos y la de otros. Pero es sobre estas diferencias menores que se funda la desigualdad. Es como si la estupidez de carro blindado fuera menos grave que la de buseta. Hay que ver cómo las oportunidades les sobran a aquellos que no se privaron de comer como cerdos, pero lo hicieron en Pomona. Evidentemente hay que batirse para que la educación sea pública, universal y de calidad, pero ante todo hace falta abandonar ese arribismo que nos hace perdonarle la ignorancia a los que estudian en colegios bilingües y condenar a los que la reciben en colegios donde no se habla ni español. Esas son las enormes sutilezas que deciden todo en la vida social.
Perdón por semejante encíclica que, en realidad, no es más que la opinión de un simple egresado del INEM.