domingo, 20 de junio de 2010

Chicogrande [Película]*


Una película impresionante, una ficción historicista de la mejor calidad. Una ficción verosímil y poética.
Yo, que como historiador vivo poniéndole pereque a todas esas producciones que tratan de recrear historias del pasado, pocas veces había salido contento 100% de una película "de época". Cuestión de gustos, a fin de cuentas, pero a mi, pocas veces me había gustado tanto, tanto pero tanto una película así. Eso que sentí hoy viendo Chicogrande, sólo lo puedo comparar con lo que sentí cuando vi Master and Commander [Peter Weir, 2003] y cuando vi Jericó[Luis Alberto Lamata, 1991]. Esas sí son películas bien hechas, con una exploración de fuentes y un cuidado absoluto de todos los detalles, verdaderas películas que contaron con la asesoría de historiadores excelentes. No como esas caspas dizque "Troya" (donde en medio de un combate en pleno mediterráneo oriental del siglo XIII a.C aparecen un par de llamas andinas), esa tal "1492, The Conquest of Paradise" con esos tainos hablando en inglés o para no ir muy lejos, esa tal "Rosario Tijeras", llena de carros con placas amarillas, sabiendo que en los ochentas las placas eran negras y todas decían "Colombia". Que le aprendan a Víctor Gaviria que si sabe que en los ochentas los sicarios andaban en Kalibmatic y en XT-500 y por eso no falla en ilustrar todos esos detalles!

Chicogrande es una película sobre la Revolución Mexicana, evento ubicado en la década de 1910. Una angustiante pugna entre carranzistas y soldados gringos contra villistas mexicanos empeñados en no delatar el paradero de Pancho Villa. Chicogrande [Damián Alcázar] es un revolucionario intrépido que busca con urgencia atención médica para curar a Pancho Villa que ha sido herido de bala en una pierna por las tropas carranzistas en México, después de haberse retirado de su intento por invadir Colombus, un pueblo de Nuevo México, USA.

Todo el periplo de Chicogrande es ilustrado magistralmente por el director de la película. Asunto valiosísimo: la película se habla en dos idiomas: español e inglés. Las actuaciones son impecables, los personajes son encantadores. Indios apaches, campesinos mexicanos, soldados carranzistas, soldados norteamericanos, gente pueblerina de esa enigmática e inmensa región de frontera que es el estado de Chihuahua, al norte de México. Los diálogos son buenísimos, los insultos que se propinan gringos y mexicanos entre sí, también:

-Where is Villa? fucking greaser!
-¡No le digo nada gringo, jijo de la chingada!

Los paisajes son tremendos, las tomas bellísimas. Esa inmensidad del desierto, los caballos, los uniformes, los pertrechos... Los soldados gringos borrachos y putiando en una cantina de Ciudad Guerrero, la violencia nítida de cada situación desatada gracias al amparo que Venustiano Carranza otorgó a Woodrow Wilson para llevar a cabo la Punitive Expedition.

Un actor increible: Daniel Martínez, que encarna al mayor norteamericano Butch Fenton. Uno creería que un Mexicano no sería capáz de actuar de gringo. Pues bien que lo hizo y con un inglés-texano impecable. No como esos güevones que traen de por allá de España a hacer de antioqueños en la Medellín de los ochentas, no. La purita actuación de calidad se ve en Chicogrande, una historia que muestra como Pancho Villa estuvo en todas y en ninguna parte. Una película bastante cuidada que contiene una evidente carga política que está recordando constantemente esa histórica rencilla que esos dos países siempre se han cultivado. Bueno es que la hayan estrenado por estos días en que unos hijos de puta de la patrulla fronteriza del estado de Texas mataron un pelao de 14 años en Ciudad Juárez porque estaba "armado con una piedra".

Que buena película ésta. Se las recomiendo a todos, a ojo cerrado. Para mí, entró al top 5 de las películas hechas en América Latina. Cuando se acabó, me tuve que contener para no aplaudir.
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*Chicogrande, Dir: Felipe Cazals (México, 2010)

miércoles, 9 de junio de 2010

Juegos y diversiones del ayer


Vuelve y juega. Yo soy un cucho y tengo un montón de achaques ya. Hace unos días estaba pensando en que uno termina por aceptar un montón de cosas que años atrás negaba radicalmente. Según yo, solo oiría punk y hardcore toda la vida. Ahora también oigo dizque el tal Indie y hay una bandita más buena que se llama Beach House que me gusta bastante. Los papás de uno le dicen: "yo también juí muy loco, así como usté y me juí echando dedo hasta Santa Marta un día y soplé maracachafa con mis amigos". Hoy ya no son nada de eso. Se duermen a las 10 PM, adquirieron responsabilidades (uno sigue siendo una de ellas) y ya no hacen lo que hacían en la mocedad. Todo cambia, cambia y cambia. Bien lo ha reprochado bellamente San Fernando y bien que lo saben los historiadores. Pero yo quiero es renegar por el cambio desde un punto muy específico. Y es que hace poquito fui a un parquesito que queda por mi casa: muchos árboles, pasamanos, columpios, mataculines, jueguitos de esos todos bacanos... Yo jugué ahí con otro amigo y nos divertimos mucho. Estabamos él y yo y había como puras parejitas por ahí haciendo cosas tipo bluyniada y pico babeado en público- y hablando (recuérdese que la capital del amor no es París, no señor, es México DF). Me sorprendió mucho que en ese parque tan chévere no hubiera ni un solo niño. Ni uno solo. Era sábado, por la tarde y ni un pelaito jugando ahí. Pero eso sí, todos los niños arrumados, apeñuscados en un lugar al lado del parque donde alquilan XBoX, y Wii y juegan en línea y dan chumbimba y meten goles y dan pata y puño y sueltan poderes como lo hacían los ya veteranos de Street Fighter II, Mortal Kombat y Killer Instinct (mi favorito era Chief Thunder, un combatiente mohicano).

Yo sé, a mi también me tocó el Atari 2600, el Nintendo, el Sega (Genesis y Máster) el Super-Nintendo, el Ultra 64, y el Play Station 1. Hasta ahí llegué. Pero yo me acuerdo que uno si jugaba mucho con esos aparatos pero también jugaba fútbol, pistoleros, policías y ladrones, escondidijo, "boy" (conocido también como "Pelota Envenenada"), botatarro, ordeñao, fierrito matemático, chucha-propaganda, chucha-mantequilla, chucha-cogida y seguida... Me acuerdo de un man que caía a mi unidad y que decía que en el barrio de él (Belén Malibú), era super común jugar chucha-americana, chucha-china y mano peluda, que las niñas de por allá eran muy vanguardistas y que se le medían a todos esos juegos, que envidia tan hijueputa, porque las de mi unidad eran puras monjitas más antipáticas...

Insisto. Yo si tuve todas esas consolas y hasta tuve gameboy y "miniataris" de los que vendían en El Diamante, marca Nintendo o márca Casio. De esos últimos recuerdo tres juegos: Kung-Fu, Western Bar y, mi favorito: SL. Bankman: uno era un tren que recogía bolsadas de billete verde por los bancos de los pueblos de Missouri y tenía que sortear obstáculos como no caer al río, no chocarse con un puente levadizo, no atropellar una vaca, y sobretodo, no dejarse coger de otro tren lleno de bandidos que lo atracaban a uno y otra vez a empezar de cero... Yo jugué de todo eso, pero también me divertía mucho en la calle hasta después de la media noche que mis papás me entraban (tristemente). Y todos mis amiguitos también jugaban en la calle y también le daban a los videojuegos, pero creo que los niños de mi generación valoraban más la calle que las pantallas. Los videojuegos son buenos, pero la calle es mejor, los amiguitos son mejor.

Mi juego favorito, un juego que todavía me gustaría jugar así de viejo, por emocionante y porque uno ahí si sentía que era tener poder y abusar del mismo: "Esconde-la-correa". Ese era mi juego favorito. ¿Lo recuerda? Un samaritano escondía una correa en un lugar muy recóndito. Los demás no veían dónde la escondía. El samaritano decía "ya" y todos los demás tenían que salir a buscarla, mientras que el que la escondió fungía como juez, diciendo: frío, frio, tibio, tibio, caliente, caliente... Unas analogías que denotaban la cercanía de un jugador al lugar preciso donde estaba escondida la correa. Y cuando estaba a muy poca distancia de ser hallada decía: hirviendo, hirviendo, se quemóoooooo... Y a correr se dijo. Porque el que la encontraba empezaba a repartir juete al por mayor. A mi me encantaba encontrar la correa. Juetié a más de uno y un día le dí con la hebilla a un pirobo que me caía mal. Uno tenía que salir corriendo mientras el otro lo corretiaba. Había que buscar el "tapo" o ya no me acuerdo cómo se llama el lugar que uno escogía como lugar de salvación pa' que no le dieran más rejo a uno. Un día durante un juego juetiaron mucho a un man y cuando él volvió a la casa la mamá vió que tenía meras marcas en la espalda, en la nalga y en las piernas y la mamá le preguntó que quién le había hecho eso, y ese marica por encubrir a todos los que jugábamos le dijo a la mamá que un celador de la unidad lo había juetiado porque lo pilló cogiendo mangos, y la mamá enfurecida le creyó y le mandó mera carta a la administración. Otro día un man ahí, primo de un amigo mío, criado en Yarumal, jugó. Pero ese man si sabía lo que era voliar zurriago y un día encontró la correa y le pegó un juetazo tan, pero tan duro a otro mancito que lo puso fue a llorar y entre lágrimas la víctima decía dizque: "ay, ay, este man me secó, me secó". Yo nunca entendí esa expresión. ¿Me secó?, ¿cómo así?. "Esconde-la-correa" si que era un juego maravilloso.

Pero además de los juegos estaban las maldades. Tirar huevos y hacer "peos químicos" con limón y azúl de metileno que eso olía horrible. La peor maldad que hice fue pegarle un chicle a un french poddle de una niña que se llamaba Maria Alejandra. El perrito se llamaba "kiko" y era super gruñón. Como de esos perros que no soportan la bulla y se enojan. Le pegué un chicle y lo trasquilaron. Yo sé que muy gonorrea yo, pero bueno. Ya la vida me las ha cobrado. También me acuerdo que en los días de los niños, halloween que llaman, los 31 de octubre uno iba a pedir confites (no faltaba el conchudo que pedía hasta plata), y la cancioncita era: "triki, triki, halloween, quiero dulces para mi, y si no me das, se te crece la nariz". ¿Si era así?, pero si me acuerdo que esa canción tenía una variable mucho más acorde con lo que uno quería: "triki, triki, halloween, quiero dulces para mí, y si no me das, quiebro un vidrio y salgo a mil". No como esas maricaitas que cantan los niños de ahora, o bueno, los de hace unos pocos años, embadurnados por ese discurso cacorro de la tal No-Violencia, dizque "quiero paz, quiero amor, quiero dulces por favor" ¿Por favor?... Cual, dar dulces era obligatorio y si no, aténgase vieja tacaña o tendero marica que pata es lo que le va a sobrar a esa puerta, y si hay un buen lanzador con puntería de gamín, chao vidrio.

Uno fue creciendo y le empezaron a importar otras cosas. Pero la calle fue fundamental. Y reitero, los videojuegos eran buenos, entretenidos, bazuco electrónico, pero nada de eso se comparaba a esas noches interminables siendo policía o ladrón, o repartiendo bala imaginaria escondido en matorrales y trepado en árboles de níspero fraguando una emboscada para el enemigo. Pues todo ha cambiado mucho por lo visto. La tecnología superó la inventiva de los niños y la capacidad de ser felices en la calle, o no sé si estoy equivocado, eso es lo que he notado. Hay un escritor argentino de cuentos para niños que se llama Gustavo Roldán, publicó un librito hace casi 30 años que se llama El monte era una fiesta*. De ese librito, que fue el primero que me leí, recuerdo una frasesita que seguramente la repetirá un viejo como yo en el año 2073, si es que todavía es el humano y no la cucaracha la que reine sobre el ancho mundo: "¿Juegos? juegos eran los de antes".
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*ROLDÁN, Gustavo. El monte era una fiesta, Buenos Aires, Ediciones del Malabarista, 1983.