viernes, 30 de octubre de 2009

Doña Clarita. Un lugar de mi ciudad!


No me voy a poner con cacorradas a hablar de "lugares antropológicos" ni de "no-lugares", ni de "lugares místicos" como esos lugares que la gente se inventa en lo más profundo de sus oscuras mentes. Una vieja un día decía: Ay, no es que la Universidad de Antioquia es un lugar mágico. Otro man decía: Me gusta CarlosÉ, porque es un lugar muy cultural. Otra comentaba: el parque Lleras me encanta porque es un lugar "muy cosmopolita" (¡que despropósito! ¿ah?)...

En fin. Yo quiero hablar de un lugar (a petición de mis lectores: Sr. Juan David, Srta. Margarita, Srta. Ana Patricia), que yo no sé que sea, en que categoría cabe. Se llama DOÑA CLARITA. Y es un lugar de Abolengo. Por lo menos, sé y me consta que existe en el mismo lugar desde los años ochenta. Si en todo lo que es Robledo (Noroccidente de la ciudad de Medellín), hay dos lugares emblemáticos, esos son: El Jordán (que data de finales del siglo XIX), y se ubica en la famosa "curva" para llegar al parque de Robledo viniendo desde la carrera 80, y el otro, es sin duda, DOÑA CLARITA.

Yo no sé, porqué se llamará así. Muchos robledanos (como yo), simplemente le dicen: "La Clarita"... "Más adelantico de La Clarita hay un montallantas, y un taller donde arreglan ejes" suele uno decir. Si la memoria no me falla después de tantos años de ausencia de mi ciudad DOÑA CLARITA era un predio que limitaba con la calle 79c por el oriente, con la marmolería Urquijo por el norte, con la quebrada "La Sucia" por el occidente, y con los establos de los Ochoa (La Margarita del 8), por el sur. Sí, esa es su ubicación. No es culpa mía si eso que menciono ya no existe, pero la calle 79c, la chimba, eso no lo pueden haber quitado.

DOÑA CLARITA es en realidad un "Estadero". Recuerdo que en DOÑA CLARITA, a la entrada había una publicidad de "Castalia", grandota que sostenía el nombre del Estadero. Era como un salón grandote, con techo de Eternit, y un barra larga que tenía espejos al fondo. Tenía piscina y una canchita de microfutbol. En sus mejores tiempos uno podía ir allá a montar caballo y dar una vueltecita por ahí por el parqueadero. Yo nunca farrié en DOÑA CLARITA, porque nunca me llamó la atención. Pero un día si fui a pisciniar allá.

El día que fui a pisciniar fue con un combo de amigos de mi unidad: Juanes, Andrés, Tato, y Palustre*. Y Que me perdone si lee esto (aunque no creo que sepa leer), pero recuerdo perfectamente que Palustre no sabía nadar y se metía a la piscina por las escalitas y se quedaba pegado del borde para no ahogarse. Ahí en esa piscina se pasaba lo más de bueno, uno pedía una "porción" de papitas a la francesa y, si señor, mero plata'o de papitas, así largas largas y gruesas junto con el tarrito de salsa de tomate. Que delicia. Estabamos comiendo papitas, tomando coca-cola helada y parchaos ahí afuera de la piscina asoliándonos y Palustre inocentemente intentaba aprender a nadar con las leyes de la empiria, osea, a su bendita suerte. Se pegaba del borde y pataleaba como para mantenerse a flote. Si lo lograba. Yo me reía de él, que gonorrea, yo sé, y me acuerdo que un señor que trabajaba allá, que era como un vigilante me decía: "Dejalon quieto home que el pela'o quiere aprender a nadar"

Fue famosa DOÑA CLARITA porque dicen que allá llegó a farriar Rubén Blades después de un concierto en el Atanasio Girardot. Que se emborrachó mucho, según dicen. Fue famosa también porque allí dio sus últimos suspiros el cantante Jairo Paternina, voz principal del Combo de las Estrellas, antes de morir a bala. Fue famosa (hasta hace poco) porque hicieron como una construcción al lado y pusieron una cámara de esas para uno broncearse y muchas robledeñas iban allá. Pero claro, también fue famosísima DOÑA CLARITA porque allá repartieron bala de lo lindo, y por eso comenzó a conocerse como "DOÑA BALITA". Se volvió muy peligroso, dicen los que saben (un amigo mío que parchó mucho allá), que fue porque DOÑA CLARITA se volvió un "after-party" muy famoso en Medellín, entonces digamos que no era un "after" como para la gente que salía de Mango's o esas discotecas caras...no. Así, DOÑA CLARITA en la madrugada de un domingo estaba llenísimo, y claro, seguro caía mucho bacán enfierrado con unas muchachas muy lindas y en carros y motos muy chéveres. Hecho que atraía a otra gente que, movida por diversos motivos, buscaba líos en DOÑA CLARITA. Gente de un barrio de al lado que se llama "La Invasión", que queda en el pie de monte del cerro "El Volador", dicen que allá llego a dar bala el famoso Harvery, más conocido como "Mortadelo", un pillo legendario del barrio Bosques de San Pablo (Robledo Central). Dicen también que en DOÑA CLARITA repartió bala "La Marrana", otro bandido avecindado en Robledo.

Uno podía ir a DOÑA CLARITA y farriar mucho, según dicen, porque la media de guaro era a precios muy favorables. Además, uno podía pedir carne asada, salchipapas, o si quería, salía, caminaba cuadra y media y llegaba a otro lugar muy famoso, pegadito de DOÑA CLARITA: "El Rinconcito Ecuatoriano", cuyo propietario, un ecuatoriano nacionalizado colombiano (y candidato al Consejo de Medellín) llamado Florencio Zambrano era un bebedor serio. Un día yo lo ví todo borracho arrumado en una mesa y le grité: "Florencio", y el se despertó y dijo: "Ecuadoooor. Campión de la copa muuuuundo"... yo no sé porque se le atravesó esa ocurrencia.
Pero bueno, lo interesante del Rinconcito Ecuatoriano era que había al lado unos perros formidables, de los mejores de todo Robledo: "Los perros del Marinillo". Deliciosos. Entonces, dicen que el parche era irse a farriar, rematar en DOÑA CLARITA y de ahí caer a comer donde El Marinillo un delicioso perro con triple huevo de codorniz. (Ya me dijeron que dizque los ha dañado mucho)

En DOÑA CLARITA dieron mucha bala, mucho gatillo, mucha fruta. Mi mamá siempre me decía: no pasés por ahí tan tarde que depronto te toca una bala perdida. Pero nada. Yo pasaba por ahí en mi carro y me quedaba boquiabierto viendo esas mamasotas que salían de allá todas piernonas, eso sí, acompañadas. Pero bueno.

Yo sinceramente espero algún día irme a tomar guaro a DOÑA CLARITA, quien quita que uno consiga novia allá.

*Le decían "Palustre" porque era muy flaco.

martes, 27 de octubre de 2009

[Reseña]. David J. Weber. Bárbaros: spaniards and their savages in the age of enlightenment. New Haven and London: Yale University Press, 2005. 406 pp

Por todos es conocido que los temas relativos a la occidentalización, y a la llamada “cuestión del otro”, han cobrado una importancia capital para los estudios de área tanto en las ciencias humanas como en las ciencias sociales. La Historia, la Antropología y la Sociología, por citar algunos casos, son disciplinas que han orientado sus derroteros investigativos en este interesante objeto de estudio, dado que en cierta medida, es un tema que aun arroja interrogantes acerca de las relaciones interculturales, desde las cuales, asuntos como la alteridad, la marginalidad y la hibridez, constituyen tópicos que justifican el interés para el entendimiento de determinadas culturas y sociedades, en este caso, la sociedad hispanoamericana del siglo XVIII y sus relaciones con las culturas y pueblos indígenas habitantes del continente que se mantuvieron al margen de la dominación hispánica emanada desde la administración borbónica a lo largo de dicha centuria.

En este sentido, David J. Weber plantea que la dominación política y militar de los pueblos indígenas habitantes de los territorios fronterizos en los dominios hispánicos fue una premisa fundamental del reformismo borbónico en América, en tanto que las fronteras no solo se consideraban como espacios ingobernados debido su poblamiento por sociedades indígenas resistentes a la dominación, sino también, en algunos casos, podían ser focos de atracción para las empresas de explotación agrícola y comercio clandestino por parte de las coronas rivales de la monarquía hispánica, lo cual contravenía de manera rotunda las aspiraciones borbónicas relativas a la soberanía territorial y el crecimiento de los erarios monárquicos. Así, Weber refuta en parte los planteamientos ya clásicos acerca de las políticas de dominación y vasallaje que la historiografía tradicional ha enunciado durante décadas, argumentando que al igual que Inglaterra y Francia, las políticas hispánicas frente a las sociedades indígenas no dominadas trascendieron las practicas religiosas de evangelización y conversión de los indios y buscaron integrar a dichas sociedades a un sistema económico favorable a las intenciones del Estado español.

En su obra, Weber explica el origen de las políticas empleadas por la monarquía hispánica para mediar las relaciones entre la autoridad y los “indios salvajes” que se mantuvieron al margen del dominio, centrándose en aquellas sociedades cuya dominación suponía una estrategia para la expansión económica imperial, y por ello comienza planteando un tópico necesario para sus explicaciones: el “salvaje” y su reconocimiento por el mundo occidental durante el Siglo de las Luces. En su exposición, Weber muestra como los “salvajes”, es decir, los indios considerados como tales por no estar sometidos al dominio colonial fueron apreciados bajo una nueva sensibilidad por parte de la corona española y sus delegados administrativos en América, hecho que para el siglo XVIII constituyó una evolución fundamental en comparación a las políticas de dominación emprendidas contra los indios en el período de la conquista. Dicha nueva sensibilidad, distaba mucho de las concepciones establecidas por los españoles en el siglo XVI, y consistía en apreciar a las sociedades indígenas bajo una óptica racionalista adecuada a los paradigmas científicos y filosóficos de la Ilustración, sin dejar de lado los proyectos políticos y económicos acariciados por la monarquía hispánica en este mismo período. Basándose en fuentes primarias como los documentos de la expedición de Alejandro Malaspina, y las descripciones e informes de Félix de Azara, en contrapunteo con el pensamiento europeo plasmado en las obras de Las Casas, Acosta, Montaigne, Buffon, Voltaire, Raynal y Robertson, el autor se sirve para ilustrar aquello de la «invención del salvaje americano» en el pensamiento europeo, particularmente en el español, que en ese entonces, alentado por el advenimiento de la razón se mostraba interesado por saber y conocer desde una perspectiva científica y filosófica acerca de la naturaleza de los territorios y las sociedades habitantes de los mismos, hechos que estaban directamente relacionados con los intereses imperiales de la dinastía Borbón por situarse en una posición favorable en los terrenos político y económico del ámbito europeo. En este orden de ideas, Weber rescata los debates de los philosophes europeos que darían lugar a la configuración de la Leyenda Negra y su recepción por parte de los pensadores españoles a lo largo del siglo XVIII, mostrando así que la invención de los “salvajes” y “bárbaros”, era mas consecuente con el pensamiento de la ilustración que con los proyectos religiosos de conversión al catolicismo.

Situándose entonces en el terreno americano durante el siglo XVIII, Weber inicia su análisis de lo que se entiende por “bárbaros”, basándose en las descripciones hechas por los europeos respecto de los habitantes de diversas regiones fronterizas del continente americano. Mediante fuentes primarias consistentes en crónicas de viaje, archivos históricos, relaciones geográficas e informes de visitadores civiles y eclesiásticos, el autor inicia su exposición apuntando sus análisis hacia aquellas sociedades ubicadas en las fronteras imperiales que desde el siglo XVI mostraron condiciones bastante adversas para el ejercicio de la dominación. Son pues las sociedades indígenas habitantes de las pampas, de la región del Chaco, de la costa caribeña suramericana, de la Mosquitia y de los territorios norteños de la Nueva España el centro de atención del autor, desde el cual expone minuciosamente qué y quiénes eran los salvajes o “bárbaros” que quisieron los españoles dominar para integrar al sistema colonial, bien fuera como vasallos de la corona o como entidades económicamente activas y tributarias de las arcas hispánicas. Weber, propone así que aquellas concepciones de «salvajes y bárbaros» construidas por los españoles estaban lejos de emparentarse con la rusticidad, la falta de civilización y el contacto con el mundo occidental, pues es indispensable recordar que las sociedades habitantes de estas regiones de frontera eran unos “bárbaros” que dominaban el caballo, comprendían el idioma castellano, manejaban a la perfección las armas de fuego europeas y además poseían fuertes vínculos comerciales con las demás naciones europeas que rivalizaban con España por el control territorial, político y económico de América. De ésta manera Weber demuestra que las intenciones borbónicas para la dominación e integración, es decir, la formación de «españoles americanos» tuvieron en el siglo XVIII otro significado, otra justificación y otros métodos diferentes a las tentativas desarrolladas en el siglo XVI, asunto que lleva al autor a plantear la existencia de un nuevo método surgido de la evolución del discurso hispánico tocante al tratamiento y aceptación de los indios como fieles vasallos de la corona y fuertemente vinculado a las ideas del mundo de la razón, un nuevo método pues que trato de basarse en la gentileza, el amor y la dulzura, antes que en la belicosidad, la fuerza y la violencia para lograr la dominación e inserción de los bárbaros. No obstante, se genera un interrogante acerca de la tensión que de seguro surgió entre tales políticas racionalistas de dominación y una antigua institución económica como la encomienda, que para bien entrado el siglo XVIII permanecía vigente como un sistema de trabajo y explotación compulsiva.

En su obra, Weber también trata el tópico de la civilización y los proyectos de occidentalización indígena desarrollados por el clero secular. Y aunque lo hace de manera superficial, menciona cómo la efectividad del proyecto Jesuita alcanzó a generar cierto malestar en el Estado español debido a la expansión del dominio religioso sobre las sociedades indígenas, asunto que concluiría con la supresión del proyecto misional de la compañía de Jesús por parte de la administración borbónica y la toma del proyecto doctrinero a manos de las ordenes mendicantes del clero secular. Sin embargo, en la obra también se muestra como los intentos misionales fracasaron en casi todos los territorios dominados por España, lo cual llevó a la corona a plantearse otras alternativas de dominación consistentes en intervenciones militares para sujetar a las sociedades que se mostraron más hostiles al control. Weber muestra que el asunto referente a la sujeción y a las tentativas militares hacia los indígenas poseía un trasfondo económico determinado, pues las sociedades no sometidas al dominio hispánico representaban un serio quebranto al sistema económico colonial, dado que las exitosas alianzas comerciales fraguadas entre los indígenas no sometidos y extranjeros como Ingleses, Franceses y Holandeses iban en detrimento de los beneficios económicos esperados por España, aunque el autor explica porqué los proyectos hispánicos de comerciar con los indígenas de las regiones fronterizas fueron un sonado fracaso que para la administración borbónica adquiría dos facetas diferentes, a saber: la no sujeción de los indios y la fuga de utilidades para los erarios, hechos que repercutieron en las iniciativas tomadas por el ministro José de Gálvez para la conformación de grupos de milicia que actuaran por la fuerza en las regiones insumisas, y para ello, Weber se vale de los ejemplos proporcionados por los informes oficiales de la época que evidencian aquellos vanos esfuerzos en contra de Chimilas, Chiriguanos, Mapuches, Seris, Pimas y Apaches, ilustrando pues los resultados surgidos entre las estrategias militares y las reacciones de tales sociedades.

Quizás uno de los temas más interesantes de la obra es el último capítulo, abordado a manera de epílogo por el autor. Allí, Weber culmina su exposición sobre el siglo XVIII y explora someramente las primeras décadas del siglo XIX mencionando los acontecimientos políticos y sociales que tuvieron lugar en el continente americano a partir de 1806. Tiene en cuenta la tensa situación desatada en la península ibérica con motivo de la invasión napoleónica y sus respectivas consecuencias en los virreinatos americanos, mostrando así como cambió el horizonte de las relaciones de los indígenas bárbaros y salvajes con la sociedad criolla y sus proyectos políticos por la búsqueda de la emancipación del fuero español. En este sentido, el autor ilustra la manera en que los indígenas fueron aprovechados para la conformación de ejércitos que militaran tanto en los bandos realistas como en los insurgentes, recurriendo a los casos más patentes de aquel fenómeno materializados con las adscripciones indígenas a la insurgencia novohispana, el caso de la filiación realista de los indígenas del sur occidente del Nuevo Reino de Granada, y los apoyos indios para el caudillismo andino durante ese periodo de contiendas militares. Weber avanza cronológicamente y se sitúa luego en el análisis de las políticas criollas frente a la cuestión indígena al inicio de la formación de las nuevas repúblicas hispanoamericanas, donde los tópicos relativos a bárbaros y salvajes trascenderían en el tiempo como temas sin resolver, pues en nombre de la libertad y la legalidad, varias de estas sociedades indígenas permanecieron marginadas y sometidas a atropellos por parte de los estados republicanos que las redujeron y apartaron impidiendo su inclusión y sus aportes a los proyectos nacionales.

Así pues, Bárbaros: spaniards and their savages in the age of enlightenment, es un libro que resultará bastante sugerente para los investigadores interesados en los temas indígenas durante el período colonial, pues en la obra tienen cabida aspectos como las rebeliones, levantamientos y revueltas populares, donde los indígenas cobran un protagonismo vital y permiten comprender las complejas situaciones surgidas entre Estado y Sociedad durante la dominación colonial hispánica. Aunque cabe anotar que la obra se enfatiza en regiones determinadas del imperio español, y por lo tanto no inserta en sus análisis otras dinámicas referentes a regiones que también podrían contribuir a la investigación de una manera más completa, por ejemplo: el caso filipino, es un tema que no encuentra referencia en la obra y vale aclarar que fue también una región fronteriza por excelencia de la monarquía hispánica, con una población indígena apreciable y notablemente expuesta al contacto extranjero. Además, resultaría interesante mencionar que al tratarse de un tema referente a la occidentalización y la “cuestión del otro”, en la obra de Weber, las poblaciones de esclavizados posteriormente hechas cimarronas al margen del control hispánico no son tenidas en cuenta a pesar de haber representado también un problema que se insertó en el discurso dicotómico europeo sobre la barbarie y la civilización. En éste sentido, la obra es un aporte interesante que demuestra avances significativos en el tema, es un buen ejemplo historiográfico que demuestra el oportuno e inteligente manejo de una abundante documentación, su estructura es bastante amable y la distribución de sus capítulos sugieren al lector una lectura lineal, útil y agradable, pues además de las exposiciones textuales, la edición de la obra incluye un buen número de ilustraciones y de mapas que complementan la exposición de la investigación haciendo de este libro un esfuerzo valioso y puntual, del cual se espera una pronta traducción a nuestro idioma*.

*De hecho, ya existe y puede conseguirse. David J. Weber. Bárbaros: Los españoles y sus salvajes en la era de la Ilustración, Barcelona, Editorial Crítica, 2008.

domingo, 18 de octubre de 2009

Uno de tantos infiernos...


No hace mucho el "estado mayor" del Vaticano reconoció que, como lugar, el infierno no existe. Teólogos y teóricos de toda ralea han llegado a plantear que el Infierno es una condición, una situación que, al igual que el Paraíso, puede hallarse en la misma tierra.

Y sí, lo confirmó hace poco el expresidente del Perú, Alberto Fujimori, al igual que cinco siglos antes lo confirmaran los exploradores y marinos que se toparon con un terruñote buscando llegar al continente asiático. Pero todo esto que estoy diciendo son alardeos de erudito casposo. Aunque estoy de acuerdo, el infierno es una situación.

¿Cuál situación? Para mi, no hay muestra más clara y nítida del infierno que estar sobrio en una fiesta llena de borrachos. Uno puede llegar a sentirse mal, fuera de órbita; los borrachos construyen su mundo de algarabía, de risas, lágrimas y bailes de trencito. Brindan por motivos raros, y vociferan cuanto se les atraviesa por la mente. Fuman mucho y cantan.

Yo no tengo nada en contra de ellos. Ellos están alegres a pesar del frío. Pero prefiero no volver a fiestas en las cuales no haga parte del equipo vencedor. Ahora entiendo más o menos, y les doy toda la razón, a las mujeres que prefieren no tener novios borrachines. Y ahora estoy pensando en la pereza que me dan la mujeres borrachas. Solo un borracho las quiere querer.
Los borrachos y las borrachas hablan muy de cerca y exhalan tufo de cigarrillo y de alcohol. Y a todo le dicen que "sí", siempre asienten y siempre quieren bailar con el pobre samaritano que no se ha tomado una sola copita. Además le dicen "amargado" y otros improperios que adquieren otra dimensión cuando atraviesan la frontera del mundo ebrio hacia la del mundo sobrio. ¿Amargado?... ¿Será que sí?.

Anoche yo me sentí en el puto infierno. Un infierno lleno de diablos y diablas borrachas que festejaban la bienvenida de otro diablo venido de otro infierno, pero en el norte de Europa. Tenía mucho frío, mucho sueño, el lugar apestaba a cigarrillo, había regueros, era imposible dormirse en un sofá porque una borracha me jalaba la mano para que yo bailara. Tenía mucha hambre y ese infierno estaba demasiado lejos de algún lugar para poderla mitigar. Pero el frío, el hijo de puta frío. Y ningún borracho me prestaba nisiquiera una cobijita. Yo no sabía que eso me iba a pasar. Los borrachos son gente avivata. Saben que una noche construirán su infierno alcohólico y por eso no llevan carros, y no, no es porque quieran cumplir la ley, es porque son malos y quieren que nadie se escape de su infierno. Que una pobre víctima como yo no pueda huír a eso de las 12:00 p.m. a buscar el último tren que lo lleve a su casa para dormir en paz. No, los borrachos endiablados y perversos quieren que uno se quede y que poco a poco las llamas de su infierno lo consuman, aunque esté tomando antibióticos y por nada, absolutamente nada uno pueda beberse una simple cubita.

Anoche, el diablo mayor de aquel infierno, escondió las llaves. Y no dejaba salir a nadie. Todo el mundo estaba confinado a su predio: un onceavo piso en Lomas de Santa Fe, es decir, en la gran-puta-mierda. Si uno ahí no tiene carro, se lo llevó el doble-hijo-de-su-puta-madre, porque no hay una puta estación de metro cerca, ni hay nada, solo las tinieblas del averno más ostentoso de la América Latina. Una diabla, creo que salió porque su celular no cogía señal, y yo pensé en escaparme, pero mi intentona fue un gran fracaso porque un diablo no me dejó salir.

Creo que fue la noche más espantosa que he tenido este año. No creo que sea necesario estar borracho para pasarla bien, pero creo que es mejor abstenerse de salir cuando no se puede beber tranquilamente, más aún cuando la fiesta es muy lejos de tu casa, en condominios de gente acaudalada donde simplemente los taxis no existen, y nadie te dice: lleváte el carro y me lo traes mañana, que siento que la estás pasando mal. No, eso no ocurre. Me sorprendió mucho lo poco atractivas que se ven las viejas borrachas, no digo prendiditas, sino borrachas, caidas de la perra, "como una mica" -según mi mamá-, o "con una rasca vergonzosa", -según una tía mía. Y no, no es moralismo, es que el mundo de los ebrios es otra dimensión. Un mundo que nisiquera es paralelo, es como un mundo trastornado y que huele como a cosas vencidas, es un infierno. Pregúntenselo a Jack Kerouac o al genio de los borrachos: Malcom Lowry, ahí en Bajo el volcán yo creo que se hallan respuestas.

martes, 13 de octubre de 2009

Un man de mi unidad (II)


Se llama Peter, pero su sobrenombre completo es "El Gordo Peter".
La eternidad jamás conocerá ser tan tacaño como El Gordo Peter. No sé si es que en realidad tiene su conciencia de clasemediero elevada al infinito, pero este man es demasiado avaro. Tenía un reloj (un Casio Iluminator), pero jamás le prendía la lucecita, porque "así gasta más pila".

Decía:
-Vamos a ver una película en mi casa y pedimos pizza.
-Listo, de una, ¿cuánto pone cada uno?
-Ustedes cada uno de a 3.000, yo no pongo nada porque yo tengo cupones de descuento y además yo pongo la casa.
-Ah, ¿y a verlos?
-Vealos, tengo muchos, por eso no pongo.
Con razón, eran puros cupones de los que aparecen en el directorio telefónico, en las páginas amarillas, precisamente.

Su familia tenía un carro (un Mazda 323) y El Gordo Peter lo pedía prestado para salir a la calle con sus amigos, es decir, nosotros. Además de que pedía "la cuotica", que eran de otros 2.000, pa' la gasolina, cuando bajaba de la unidad, lo hacía con el carro apagado y frenando con la emergencia "para no gastar gasolina, que está muy cara".
Lo que cuento del carro, es reciente, osea cuando El Gordo Peter y todos nosotros ya estábamos grandecitos. Pero no hay que ser mezquinos y juzgarlo por completo, pues pensándolo bien, El Gordo Peter, había aprendido el arduo oficio de la tacañería gracias a su maestro natural, su papá. Su papá, era Don Gildardo, y en una tienda el tendero decía: "ese Don Gildardo es más amarra'o que una caja pa' Turbo", y razón tenía el tendero. Pues un día después de un partido El Gordo Peter le pidió plata a su papá para tomarse un fresquito, y el papá le respondió con un rotundo NO, seguido de un "en la casa hay aguadulce". Pobre Gordo Peter. Su papá, fue el causante de su tacañería, moldeó su carácter de avaricia y mezquindad, creo una bestia que amarra billetes y monedas. Pero claro, ¿cómo no, por Dios?. Si un día, un 25 de diciembre, todos los niños de mi unidad felices, estrenando carros a control remoto, gameboys, walkmans, rifles de copas, patines, patinetas, bicis y hasta una que otra mascota. Todos jugábamos contentísimos y le preguntamos al Gordo Peter:
-¿Qué te trajo el niño Dios?
-Unos cuadernos, los colores y los libros del colegio y ya.
¿Puede haber más crueldad que darle a un niño útiles escolares como regalo de navidad? No creo, por lo menos no puede ser más cruel para un clasemediero, a no ser de que haya perdido el año. Pero El Gordo Peter siempre ganaba los años. Núnca habilitaba. Cómo no pensar que fue el papá el que engendró a este adefesio, el que le enseñó el valor intrínseco del vil metal.

Yo recuerdo que El Gordo Peter siempre que hablaba discriminaba muy bien términos como precio, valor, costo, cosas que la mayoría ignorábamos a los 13 o 14 años.

Antes de tener el Mazdita 323, en la casa del Gordo Peter había un Dodge Dart, muy viejo y muy bien tenido. Una vez, le rogamos, le imploramos y nos arrodillamos a sus pies para que lo pidiera prestado. Era el año 1995 cuando era muy buen plan ir a dar un vueltón a Unicentro y sentarse un rato al lado de la salida número 3, la que da hacia el Barrio Conquistadores. El Gordo Peter hizo el intento pero su papá, como era obvio, se lo negó: "la gasolina está muy cara". Entonces, atosigado por las súplicas de todos nosotros El Gordo Peter se entró. Esperó a que el papá se durmiera y se robó las llaves del Dodge (era gris brillante, me acuerdo). Salió silenciosamente de su casa y llegó donde nosotros advirtiendo: -Me tienen que dar para la gasolina, porque si mi papá se llega a dar cuenta de que lo saqué, me castiga. Todos asentimos y en menos de un minuto estábamos montados en el Dodge Dart. Sonaba la música de la emisora Radiocativa, y todos tarareabamos a Ilya Kuryaky and The Valderramas (Mi nombre es culero...), felices tomamos la 65 rumbo a la calle Colombia. Pasamos por el Estadio, la 70, le gritamos groserías a unas grillas todas buenas, pasamos por la UPB, llegamos a Unicentro, dimos una vuelta, compramos cigrrillos, y le dijimos a un man "grande" que nos comprara 5 cervezas en Drinker. El Gordo Peter no tomó porque estaba demasiado paranoico por el carro. Nos parchamos un rato hasta que fue hora de volver. Volvimos oyendo When i come around, de Green Day, que por esos días sonaba bastante...Todo era normal, todo bajo control: carro sin rayones, con la aguja de la gasolina en el punto exacto, no había olor a cigarrillo ni basuritas dentro. Todo normal, todo bajo control.
Pasaron como dos días, y El Gordo Peter no aparecía. Nadie lo había visto, nisiquiera llegar del colegio. ¿Dónde andaría?. Hasta que otro par de días después, apareció. Le preguntamos por su ausencia e increiblemente nos confesó: "Marica, si ven, mi papá me pilló"... nosotros, de inmediato nos imaginamos que había sido un celador el que lo había sapiado y le había puesto la queja a Don Gildardo, pero no, eso no había sido. Don Gildardo jamás en su vida movía el dial de su radio, siempre estaba en A.M, y al encenderlo, este emitió el rocksito de aquellos tiempos. Así pues que Don Gildardo pilló al Gordo Peter, y como castigo lo mandó a vivir por esos días a donde sus abuelos, en Castilla.

Gordo Peter, era partidario de acabar con todas las chuchas, es decir, las zarigüellas, una de las escasas tres especies de marsupiales que habitan el continente americano. ¿Porqué?, pues porque simplemente: "son muy feas, y si eso se mete a la casa de uno se le come toda la comida"

Al Gordo Peter, que además de avaro era conchudo, lo tenían vetado en Hamburguesas del Oeste, tanto en el de la 70, como en el de la avenida La Playa, ¿porqué? Pues porque armaba unas hamburguesas que pesaban como una libra. Las atascaba de papitas, queso, pepinos agridulces, ensalada y una piscina olímpica de mayonesa, salsa de tomate y mostaza. Un día una humilde empleada le dijo: -Joven, con moderación por favor... Qué le ha dicho esta ingenua niña a ese haragán. El Gordo Peter entró en cólera y hasta dijo que iba a poner la queja en El Boletín del Consumidor, que el papá tenía contactos en la cámara de comercio, y que además, la iba hacer echar.

Bueno, también me acordé, que la familia del Gordo Peter era uribista acérrima, y un día, durante las primeras elecciones (hace tantos años) El Gordo Peter iba saliendo de su casa con toda su familia porque iban para el estadio, a votar. Un amigo de él, iba pasando y El Gordo Peter le preguntó: -Oíste, ¿por quién es que vas a votar vos?, el man, sólido en su conducta electoral le respondió tranquilamente:-Por Lucho Garzón... Ese nombre y ese apellido redundaron en toda la atmósfera. El Gordo Peter se quedó callado, pero su papá le gritó al otro man: "Malparido perdéte hijueputa que aquí estamos con Uribe", y comenzó a reirse. Toda la familia se subió al carro y se fueron pitando y gritando: U-ri-be, U-ri-be, U-ri-be...

Dicen que El Gordo Peter sigue igual de tacaño e igual de uribista, pero lo que no me explico es que dicen que se casó y dizque tuvo un hijo. Ojalá no vaya a ser el continuador de esa dinastía tan tacaña y pendenciera. Eso es lo que me acuerdo, del Gordo Peter, otro man de mi unidad (y sí, sigue siendo mi amigo).

domingo, 4 de octubre de 2009

Un man de mi unidad (I)


Yo viví en una unidad muy grande, grandota, de más de 2.000 habitantes. Muchos edificios, muchas mangas, muchos árboles: de mango, de guayaba, de níspero, de carambolos (muy ricos como pasante de aguardiente). Retomo. La unidad por ser tan grande y tan poblada lógicamente era pródiga en historias y en personajes célebres. Hubo (¿o sigue habiendo?), uno que le decían Cucarrón.

Su nombre verdadero era Ferney Manosalva, lo sé porque un día me mostró su tarjeta de identidad. Le decían Cucarrón porque un día iba montado en una cicla por una bajada y sin frenos, se chocó contra un carro que estaba parqueado y voló muy lejos. A Ferney Manosalva no le pasó nada: solo unos rasponcitos pequeños en los codos y en las rodillas. Cuando se accidentó, un celador de la unidad le dijo: -Hermano, usted yo no sé porqué no se quebró el culo. ¿No ve que salió volando como un cucarrón?. Todos los que oyeron ese comentario se explotaron de la risa y todos fuimos testigos del advenimiento de este nuevo hombre: Cucarrón.

Cucarrón era un muchacho maldadoso. Se gatiaba viejas que se cambiaban en los primeros pisos, le tiraba huevos a los buses de la ruta 402, vendía cosas: una plancha, una olleta con molinillo, una instalación navideña (siendo el mes de mayo), un par de tenis blancos de una marca dizque Fast Jump -según él, una marca conocidísima en la USA-. A Cucarrón nunca se le conoció novia, bueno excepto una que era prima de otro man ahí, y que venía de Puerto Berrío. Cucarrón se besó con ella, y dicen que la manosió y todo , y para desgracia de la muchacha, todo el mundo la bautizó como Cucarrona. Era una muchacha muy simpática cuya música favorita era la de Ricardo Arjona y la del grupo Maná -por que es pesada pero suave a la vez-, decía.

Cucarrón era fan de grupos como Rage Against the Machine y Red Hot Chilli Peppers, le gustaba mucho cantar sus canciones y poguearlas en las pogotecas que hacían en Belén y en Bulerías. Cucarrón era también muy famoso por ser demasiado tacaño. Dejó de comprarse unos tenis que le encantaban (los últimos en su talla) porque no le quisieron rebajar $ 2.000 en un almacén de El Diamante, estoy hablando de los años 90. Tenía una moto super jodida, una V-80, que dejó su primo porque tuvo que emigrar para la USA. Cucarrón no la tanqueaba en una bomba normal, no, Cucarrón iba hasta donde unos paracos que tenían una tubería chuzada en San Cristobal y pedía que le llenaran un timbo, que son como 10 galones, y pagaba como $15.000 por esa gasolina robada y sin filtrar.

Cucarrón dejó de oir Rock y se pasó al vallenato, el reggaetón, la salsa romántica y esas cosas que oye la mayoría de la gente en Medellín. Por lo tanto, Cucarrón iba a discotecas. Sin embargo, dicen que no se vestía muy bien para la ocasión porque se ponía tenis blancos y camisas de Lacoste chiviadas que compraba en el Palacio Nacional, hecho que lo delataba en las entradas de las discotecas además de avergonzar a sus amigos. Por eso ellos se hacían los bobos a la hora de irse para las fiestas y le decían: -Cucarrón, ya no hay cupo en mi carro, o ¿se quiere ir en la maleta?. Cucarrón aceptaba irse "enmaletado" y salir de la maleta como si fuera un secuestrado. Toda la gente murmuraba mientras hacían la fila para entrar: "que bandera", "que gonorreas esos manes", "uy mirá ese man saliendo de esa maleta". Era Cucarrón, joven con orgullo de acero.

Un día en un partido de fútbol en el estadio Atanasio Girardot. Cucarrón llevó un fiambre. Una bola de papel aluminio que en realidad era un sándwich de huevo duro envuelto. Como llevaba muchas horas haciendo fila, ya que el partido era un Nacional VS River Plate, el sándwich como que se vinagró, o yo no sé, el caso fue que Cucarrón lo desenvolvió (logicamente le tiró la bola de papel de aluminio a algún buen samaritano), y ese sandwich empezó a despedir un olor terrible. Y todo el mundo en la tribuna diciendo: "uy, fo, fo, gas, ¿qué es eso?". Y un man que estaba al lado de él dijo: -Eso es el sánduche de este pela'o. Como que se le pudrío el güevo, ja, ja, ja. Y toda la tribuna sur comenzó a señalar a Cucarrón y a gritar: "fo, fo, fo, fo, fo" al unísono. Cucarrón se puso rojo y le tocó embutirse ese sándwich. No me quiero imaginar cómo le habrá ido en el baño.

La mamá de Cucarrón, una santa dama, vivía preocupadísima por Cucarrón y por sus amistades. Le decía: -La noche es muy mala consejera, por favor entráte temprano. Pero claro, Cucarrón no hacía caso y se quedaba hasta tarde en la calle, ¿haciendo qué?, vaya uno a saber. Cucarrón comentaba que su mamá era hipertensa y muy nerviosa. Durante aquellos tiempos de "El Racionamiento" y "La hora Gaviria", la santa madre de Cucarrón salía disparada de su casa con una linterna a buscar a su hijo en medio de un apagón. Gritaba y gritaba su nombre para ver si el maldito Cucarrón aparecía, pero no. Cucarrón estaba por ahí andando la calle como un gamin y su pobre madre con los nervios hechos un nudo. Hasta que Cucarrón aparecía y el puño de hierro de la mamá dictaminaba una sentencia: castigado, no sale el viernes.

Cuando Cucarrón creció, su mamá se volvió más rígida y lo obligaba a entrarse a las 11:00 de la noche los fines de semana: -"Ve, ¿vos es que no oís esos tiros?, mi amor, la calle es muy peligrosa, no se salga, hágame caso mi amor, vea que yo solo quiero el bien para usted.
Eso le decía su santa madrecita, pero claro, Cucarrón era un hijo desacomedido y salía hasta tarde, cuando ya estaba cansado de hacer maldades se entraba y su pobre mamá sin poder conciliar el sueño. Pero Cucarrón tenía un amigo al que le decían El Bizco, uno que trabajaba haciendo domicilios en la farmacia y conocía al dedillo los medicamentos y sabía para que servía cada uno. Un día El Bizco le dijo a Cucarrón:

-Vea, esto es Sinogán, osea Levomepromazina, la tengo en pastillas y en gotas.
-¿Y eso es pa' qué?
-¿Cómo que pa' qué, marica? Pues pa' que le echés a tu mamá y la durmás. Va a quedar tiesa.
-¿Ay marica y eso no le hace daño?
-Nada, relaja'o, eso la duerme y ya. Eso se lo hechan en gotas al aguardiente pa' dormir a los borrachos cansones y a los esquizofrénicos.

Cucarrón aceptó el Sinogán y se lo echó a la mamá en la cafetera. La señora siempre llegaba del trabajo a las 6:00 PM y se tomaba un tintico negro. Pero aquella tarde Cucarrón había preparado la gran trampa. La señora se tomó el tinto y como a la media hora empezó a decir: -Ay no, que cansancio tan berraco, que sueño. Y se sentó en un sofá hasta que se quedó dormida.
Así Cucarrón se pudo ir pa' las calles a chimbiar la vida. Porque Cucarrón ni estudiaba, ni le gustaba trabajar, solo vagar y andar en ese pedazo de V-80, que no era de él, era de su primo el que emigró.

A mi Cucarrón no me caía mal, pero si era muy maldadoso y burletero. Un día, me contaron una historia y me juraron que había sido cierta. Cucarrón estaba jugando fútbol y chutó super duro el balón y se le fue al otro lado de la reja. Cuando fue por el balón, se dio cuenta de que un celador lo tenía y Cucarrón le dijo: Hey cela, pasáme el balón porfa. A lo que el celador respondió: -Venga por él. Y Cucarrón fue. Dice el que me contó, que el celador lo intentó besar y manosearlo y que Cucarrón forcejeaba para liberarse hasta que se soltó, pero que después como que le quedó gustando porque lo vieron varias noches con el celador en la caseta. Yo me reí mucho y pensaba siempre que a Cucarrón también le gustaba el celador no por que le pareciera atractivo sino porque Cucarrón vivía muy desocupado. Pero obviamente no era así. Y eso de que a Cucarrón lo violó un celador era un chisme, según me contaron.

Eso es lo que me acuerdo yo de Cucarrón. Dejé de saber de él cuando ya no viví más en la unidad. Pero entiendo que a pesar de sus más de 32 años, sigue dando lidia y raya los carros de la gente que le cae mal. Dicen que si uno quiere un ipod de segunda, Cucarrón lo consigue, eso sí, sin el cable, porque seguro se lo golió a la salida de Eafit o de la UdeM. Eso es lo que quería contar de Cucarrón, un man de mi unidad.


jueves, 1 de octubre de 2009

Un lector [común] herido: a propósito de "Hotel Pekín", la penúltima novela de Santiago Gamboa.


Ya son varios quienes están de acuerdo con la metáfora aquella de las estatuas y las palomas para referirse a los críticos de arte, entendiendo el arte como alguna creación humana que exalta los sentidos y despierta la atención al ser apreciada. La literatura es quizás uno de los géneros artísticos que se halla menos inmune a la proliferación de críticas, más aun cuando ser crítico de literatura es una ocupación, por no decir profesión u oficio que goza de cierta reputación en los espacios académicos e informales. Yo no soy nada de eso. Soy un lector común, un simple estudiante de los que todavía gastan plata comprándose libros y que siempre insisten en preguntar (ilusamente) por “algún descuento” en las librerías grandes y pequeñas. Es decir, soy un lector de los que importa, de los que dinamizan e inyectan capital al mercado de las letras en las ciudades de América Latina donde las librerías cada vez están más amenazadas con desaparecer, ya por los precios injustos o ya por que leer da sueño y es preferible (muchas veces) una sesión de Halo 3 en XBOX, o una película, a un libro que se depreciará abismalmente.

Yendo al grano, presento mi gran admiración por el escritor bogotano Santiago Gamboa. He leído casi todas sus obras, exceptuando aquella sobre un afamado y malhablado policía de Colombia (hoy día todo un señor "Dotor", embajador de Colombia en Austria). Me encantó El síndrome de Ulises y me fascinó Los impostores, también, leí con avidez Octubre en Pekín y Vida Feliz de un joven llamado Esteban, además Perder es cuestión de método y su novela debut Páginas de vuelta me llamaron bastante la atención. Esteban Hinestroza es de toda mi simpatía, aunque lo es más el peruano Nelson Chouchén Otalora, a quién he creído reconocer en un “santurrón” profesor de literatura, también peruano, que imparte clases en el CIALC de la UNAM, ¿será simple coincidencia?

Me divierten mucho las novelas de Santiago Gamboa, y el tema de la inmigración me parece que es tratado con maestría, pues se muestra a esas personas salidas de sus mundos y relacionándose con otras personas provenientes de mundos ajenos, lo cual termina por proponer caras muy amables de la condición humana: el extrañamiento, la tristeza, la solidaridad, temas que resultan bastante alentadores y conmovedores, logrando así aquello del objetivo artístico de la literatura.

Volviendo al grano, compré (es decir, hice traer de Colombia) Hotel Pekín la última novela de mi querido escritor. Evidentemente me resultó sospechoso aquello de “Pekín”, tal vez por la fiebre olímpica que invadió nuestras atmósferas no hace mucho, o tal vez porque es Pekín el escenario ya utilizado en dos de sus obras: Octubre en Pekín y Los Impostores. Comprendo que errar es humano y que no hay nada nuevo bajo el sol y que desde el canto de Gilgamesh no se ha innovado en nada en materia de escritura, pero me dio mucha tristeza leer Hotel Pekín. Hubiera preferido al temperamental Suárez Salcedo que al “primermundizado” Frank Michalski (a.k.a. Francisco Munévar) para enfrentarse a la China del siglo XXI. Que tristeza, para mí, Santiago Gamboa se repitió de una manera equívoca.

En la universidad tuve un profesor que decía que la literatura era una convención, que al abrir un libro todo lo que pasara allí era verdad, sin importar que fuera verosímil o no (como en el cine cuando se apagan las luces). Pero pues está bien leer y enterarse de que hay gente (personajes de los libros, gente al fin y al cabo) que vomita conejos o gente que nace con cola de marrano o gente que lleva una vida marital con un simio en la selva amazónica, pero no creo que esté muy bien leer y creer lo que le pasa a Francisco Munévar que es un colombiano radicado en New York, nacionalizado estadounidense bajo el nombre de Frank Michalski, que vive en un apartamento en Tribecca -lugar ultra fashion y cosmopolita de Manhattan-, que viaja a Pekín, que es un ejecutivo exitoso como muchos neoyorquinos, que conoce a un discreto magnate chino quien lo invita a su casa a tomarse algo y le ofrece una cerveza Tsing Tao y Michalski responde sorprendido: "-¿Cerveza China?, eso sí que nunca lo he probado". ¡Por Dios, Jehová, Alá, Shiva y Buda! ¿Qué neoyorquino en edad de consumir alcohol, es decir, mayor de 21 años, no conoce una cerveza Tsing Tao? (pp. 100 – 101) ¿Qué neoyorquino no ha pasado por China Town (sur de Manhattan) y ha decidido acompañar un Chow Mein o un simple Chow Fan con una Tsing Tao, que además de ser grande es barata?. Eso le pasará a un turista desprevenido o a un amigo y coterráneo mío, jugador tercermundista de ping-pong que fue a China a disputar un torneo o algo parecido, ¿pero a un neoyorquino?, ¡no! Es más, hasta en los restaurantes neoyorquinos de cocina “chino-criolla”, de cocina peruana-china, “fusión” para ser más sofisticados sirven Tsing Tao y bien fría, o si es de su gusto una Cusqueña. Hasta en el barrio chino de la ciudad de México se sirve Tsing Tao, y fue esa misma Tsing Tao la que patrocinó el desfile del año nuevo chino (año de la rata) en el Distrito Federal. ¿No será igual en New York donde uno además de ver vallas promocionales de Tsing Tao, ve publicidad de la turca Efes o de la dominicana Presidente, por no mencionar Corona, Peroni y Guinness?

Además, ay Santiago Gamboa, que errorcitos tan pequeños pero que saltan a la vista de un lector desprevenido como yo, un lector que nunca se ha terminado Ana Karenina “por falta de tiempo”. Cómo se te ocurre poner en boca de otra colombiana primermundizada, Patricia Durán (a.k.a. Pat Donovan), ex esposa de Michalski la afirmación de que la bandera de los Estados Unidos está compuesta por líneas “azules y rojas”(p. 125). ¿no serán trece barras entre rojas y blancas más un recuadro azul con cincuenta estrellas?, o ¿será que Pat Donovan no está lo suficientemente afectada por el imperialismo, contrario a mi, quien escribe, que sí lo estoy? Somos humanos, y nos equivocamos, a veces la amnesia nos embarga y nos repetimos, pero podemos ser más sagaces y evitarlo, cosa que no ocurrió en la página 119 de Hotel Pekín cuando Michalski entra a los “bajos de un lujoso hotel” que era de “música tropical Caribe” donde “creyó soñar con los ojos abiertos al escuchar a Fruko y sus Tesos”, cualquier parecido con un pasaje de Los Impostores donde en otro bar de Pekín hay una orquesta de salsa compuesta por músicos colombianos es pura coincidencia. Pura coincidencia es también el hecho de que Michalski cruce la mirada con una rubia “que lo miraba con insitencia”, una prostituta rusa que también aparece como personaje común en Los Impostores, “proletaria del amor”, como la llama graciosamente Omaira la cubana, “proletaria del amor” como se le llama a la prostituta, esta vez en Bogotá en Perder es cuestión de método, en fin, prostituta rusa que pasa una inolvidable noche de pasión con el simpático cholo-chino Chouchén Otalora. Solo le faltó decir que se llamaba Irina, exactamente igual a la muchacha de Moldavia que aparece en El Síndrome de Ulises. ¿Repeticiones o simples coincidencias?

Soy un lector [común] herido, quisiera ser el Cóndor Herido de la canción del Cacique de la Junta, pero no, soy una paloma herida de una pedrada que se posa en una escultura creada por un colombiano en la Pekín de nuestros días. No soy crítico de nada, ni siquiera crítico de mí mismo, tal vez soy criticón, que es diferente. Pero no suelo criticar mucho, quizás uno solo critica lo que le interesa. Mejor me quedo callado, es la 1:10 A.M. y ya estoy padeciendo los tres males: frío, sueño y hambre.

Cf. GAMBOA, Santiago. Hotel Pekín, Barcelona, Seix-Barral, 2008.